Asoma tentador comparar lo que pasó y sigue pasando en Boca-River con lo ocurrido en la final del Nacional de Clubes del sábado pasado entre Newman e Hindú. Tan tentador como inútil. Porque hacerlo no haría más que contribuir a lo que se ha transformando en la costumbre de la trampa: no hacerse cargo de nada, echarle toda la culpa al otro, sacar ventajas y, desde donde sea, buscar diferencias. Lo importante es que el rugby argentino viene de vivir un fin de semana maravilloso, no sólo por lo sucedido en Benavídez, sino también en San Miguel de Tucumán y en Resistencia, por citar otras dos finales que se disputaron a nivel nacional. Todas con un denominador común: intensidad en el césped y fiesta en las tribunas.
El partido que jugaron Hindú y Newman fue extraordinario desde donde se lo analice. Los 80 minutos tuvieron un nivel superlativo, con los protagonistas desplegando un rugby de una intensidad y calidad que pocos países pueden brindar en ese rango de clubes amateurs. De ida y vuelta constante. Pero, especialmente, la final se jugó con limpieza, dentro de un marco de alteración constante del marcador y con una definición en la última pelota. Hubo una sola tarjeta amarilla, y por una situación de interpretación en la formación del scrum.
Esa demostración de pasión por el juego y por la camiseta reflejada por los jugadores y por todos los que los acompañaron y ayudaron en su preparación para llegar a esa final tuvo un espejo en el afuera. El partido que definió el Nacional de Clubes gozó de un marco soñado para cualquier organizador: 6000 personas en las tribunas, sin un lugar libre, en sana convivencia, alentando sin ofensas y aplaudiendo por igual a vencedores y vencidos. Sin incidentes ni policías.
Esa hidalguía que no es propiedad del rugby, sino del deporte, pero que el rugby ha tenido el don de conservarla, no se dio sólo en Benavídez. El sábado a la misma hora, Cardenales de Tucumán y Los Tordos de Mendoza disputaron también, por la final del Torneo del Interior A, una final emocionante en la cancha y con unas 3000 personas que le dieron un clima de alegría en las tribunas. Sin incidentes ni policías.
En Resistencia, Curne se jugaba una instancia histórica en la final del Torneo del Interior B, con el plus del ascenso al TdI A, enfrentando a Gimnasia y Esgrima de Rosario. Y para ello preparó una fiesta de la que participó todo el club: los infantiles haciéndoles la calle a los de la Primera, los veteranos cobrando la entrada y todo el resto en las tribunas alentando y bajo el lema "Grito 0". La victoria fue para los rosarinos, en otro partido peleado en la cancha y festivo afuera, con 2000 personas. Sin incidentes ni policías.
Ciertos estatus sociales pueden otorgar ciertas bondades que se reflejan en la calidad del juego, pero eso no es lo más importante en el rugby. Lo que trasciende es lo que viene desde su génesis, que no distingue. Y eso fue lo que a otra escala se vivió este fin de semana. Pasión y respeto. Sin comparaciones.
*Crédito: Jorge Busico para La Nación
